Fuente: Editorial Expansión
El hecho de que Pedro Sánchez tomara distancias con Red Eléctrica diciendo que se trataba de un operador privado, solo unas pocas horas después del apagón total que vivió España el pasado lunes, da algunas pistas y pone de manifiesto que la investigación anunciada, para aclarar las circunstancias del mismo, es más una simulación para ganar tiempo mientras se construye el relato que un ejercicio de transparencia.
Eso quiere decir que a estas horas, mientras se intenta encontrar la coartada para minimizar el desgaste político y alegar fuerza mayor, algunos técnicos de Red Eléctrica y es posible que la propia presidenta de esta empresa, la exministra socialista Beatriz Corredor, estén ya condenados.
En el sector eléctrico todo está monitorizado y las empresas no van a permitir que un Gobierno bastante irresponsable antes, pero mucho más después, les cargue el mochuelo. Ya resulta bastante abyecto que en la misma rueda de prensa el presidente sea capaz de decir que no se sabe lo que ha pasado y al mismo tiempo aproveche para criminalizar a las compañías y a las nucleares, que en todo este asunto son convidadas de piedra.
¿Pero no decía usted que no sabe lo que ha ocurrido? ¿A qué viene esto? No es la primera vez que Sánchez sacrifica a un inocente para eludir su responsabilidad. Ya lo hizo cuando fumigó a la entonces ministra de Exteriores, Arancha González Laya, por colar en España, con su pleno conocimiento y consentimiento, al líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, para ser tratado de Covid.
La puesta en escena de Sánchez demuestra que en pocas horas Moncloa tenía ya una aproximación bastante precisa de lo que había ocurrido y decidió ocultarlo para eludir una responsabilidad que le señala. Y lo demás ha sido teatro. Han puesto un señuelo que consiste en decir que no se sabe qué es lo que ocurrió para que todo saltara, pero lo cierto es que da exactamente igual. Eso aporta poco al fondo del problema, porque tanto da que sea un minincendio o un cable pelado. Sea lo que fuera, salvo inmensa sorpresa (el ciberataque está descartado), no se hubiera producido un apagón total si la operación de Red Eléctrica no hubiera sido temeraria.
Si en la operación diaria, al fijar el mix de energías que autoriza, se hubiera actuado con la necesaria diligencia. Es decir, que hubiera habido la suficiente energía firme y flexible (que garantizan el agua, el gas y la nuclear) para actuar con margen y corregir las consecuencias de cualquier imprevisto. Como se ha ido haciendo toda la vida.
La pregunta es ¿por qué Red Eléctrica ha ido reduciendo sus estándares como para acabar España en un apagón total? Y la respuesta señala a la presión de la demanda, que exige precios bajos, pero sobre todo a Sánchez y su obsesión por teñir de ideología la política energética. Hay un afán de los fundamentalistas de este Gobierno por demostrar que España puede funcionar en su totalidad con energías renovables, prescindiendo de los combustibles fósiles y de la energía nuclear. Y quizás algún día eso sea posible, cuando se haya desarrollado el almacenamiento con sistemas de baterías y centrales de bombeo, entre otras tecnologías, pero a día de hoy no lo es.
Programar el funcionamiento del sistema, tensionándolo, como si estuviera ya preparado es una irresponsabilidad conocida. Como dice un buen amigo, “venimos operando desde hace algún tiempo con sistemas en equilibrio degradado”. Decir que Red Eléctrica es privada cuando el Gobierno acumula todo el poder es obsceno. El Estado tiene el 20%, pero el Gobierno nombra a su presidente y parte del consejo y fiscaliza a través de la regulación toda la actividad.
Red Eléctrica no hace nada que Sánchez no quiera que haga. Es un empresa tan competente que es capaz de recuperar en menos de diez horas todo el sistema de un país, lo que los italianos tardaron en recuperar tres días. Pero cuando los criterios ideológicos se imponen a la realidad técnica se convierte en una empresa vulgar. Con criterios ideológicos el apagón será permanente.